Crecí en el mar y la pobreza fue para mí fastuosa; después perdí el mar, todos los lujos me parecieron entonces grises, la miseria intolerable. Desde entonces, espero. Espero los navíos de vuelta, la casa de las aguas, el día límpido. Espero con paciencia, hago todo lo posible por ser educado. Se me ve pasar por bellas calles cultas, admiro los paisajes, aplaudo como todo el mundo, doy la mano, no soy yo quien habla. Se me alaba, sueño un poco, se me insulta, apenas me extraño. Después, olvido y sonrío a quien me ultraja o saludo con excesiva cortesía a quien amo. ¿Qué hacer si no tengo memoria más que para una sola imagen? Se me abruma para que diga quién soy. “Nada todavía, nada todavía…” (…)
De este modo, yo que no poseo nada, que he dado mi fortuna, que acampo cerca de todas mis casas, me siento, sin embargo, saciado cuando quiero, aparejo continuamente, la desesperación me ignora. No hay patria para el desesperado, y yo sé que el mar me precede y me sigue, tengo una locura preparada. Los que se aman y tienen que separarse pueden vivir en el dolor, pero eso no es la desesperación: saben que el amor existe. Por eso sufro, los ojos secos, el exilio. Aún espero. Llega un día, por fin… (…)