Por Andrea Aguirre y Rubén Romero Sánchez
El objetivo de estas bi-siones poéticas es ofrecer dos puntos de vista complementarios a partir de la lectura de un poemario que nos haya resultado especialmente digno de elogio.
La hija, de María García Zambrano
El sastre de Apollinaire, 2015
77 páginas
Visión de Rubén Romero Sánchez
Dibuja este libro el mapa de una batalla. La carne y el dolor, su consecuencia, se contraponen a la lucha y la fortaleza que engendra la fe. La magia y lo místico, el conjuro (“que se aleje la parca de su cuerpo / limpísimo”) vencen cuando se vuelven telúricos, convertidos en humanos (“Matar al escorpión / (…) / enterrarlo es símbolo de victoria”) a través del lenguaje, que la poeta vitaliza luchando por la curación de LA HIJA (“Busco un lenguaje que se encarne / libere a este dolor de su jaula”).
Volver a la vida y, con ello, otorgar la salvación (“Y sueño que despiertas y me miras / y me ardes y nos curas”), porque el dolor se derrota y la madre regresa a casa con LA HIJA, y el mundo sigue siendo “un mundo que enloquece”. Pero en ella, nos cuenta la poeta, está la redención. “Todo impuro. / No su cuerpo y tu esperanza”.
Libro bellísimo y emotivo.
Visión de Andrea Aguirre
Leer La hija es experimentar el deseo, el dolor, los daños colaterales y el amor de la maternidad a través del lenguaje puro, honesto, de María García Zambrano, es adentrase con ella en “la oscura consecuencia de ser hambre” es crear lo que fue anhelo y ahora es existencia “Para coser la muerte, su esqueleto / y quebrar la broma del destino”.
En estos poemas la mujer carga con la herencia grave de sus antecesoras (“Sale de la casa la mujer y viste / a todas las mujeres que la precedieron”) y recupera su protagonismo a través de la celebración lírica del lazo materno filial que trae la esperanza y la plenitud consigo, materializándose en el “amor sin condiciones”.
El recorrido no está exento de miedo (“¿quién desinfecta el miedo / abre esta piel, deletrea tu nombre?”) y de tristeza (“y toda esta tristeza que se vierte / en este chorro / blanco”) como partes esenciales de la vida, por la que el yo poético siente una fe profunda, y reflexiona sobre un proceso lleno de obstáculos (“Difícil / pero amas su luz / lo transparente”) que finalmente se concreta en una meta dichosa: “regreso por el corredor blanco con la hija intacta“. La hija se salva, La hija nos salva de la impureza.
LA EXISTENCIA
Hay una hija para este corazón:
ingrata lentitud de manos y costuras
para aquel daño, antiguo, con su herrumbre
mística aurora del otoño.
Hay una hija.
Para el ojo de la noche en la noche.
La fe que espanta tanto frío.
Un pecho abierto ¿sin vacilaciones?
Hay una hija.
Para la madre que fue madre
estirpe que sostiene el miedo
venas que recorre la esperanza.
Hay una hija.
Para coser la muerte, su esqueleto,
y quebrar la broma del destino.
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