Ventana al Sur. La poesía que escriben nuestras hermanas Taller de poesía y mujer dirigido por María García Zambrano
Del 8 de octubre de 2020 al 24 de junio de 2021 Periodicidad semanal, jueves de 17:30 a 19:30
El español como la casa común de la poesía a este y al otro lado del océano, lengua que nos atraviesa y nos conforma, nos da palabra y nos hace materia verbal de la belleza. Una lengua materna compartida que es símbolo y anclaje de experiencias sustanciales y que se entrelaza en la genealogía de nuestras poetas. Porque es justa la mirada que os propongo, más allá de fronteras y occidentes, y más acá, porque es común el sentir, y común el compromiso para con el lenguaje. Una visión que complete la Historia de la Literatura. Y en este curso que comienza la mirada será topografía y viaje por los paisajes que conforman la escritura de las mujeres de América Latina.
Ambicioso el proyecto por extenso, pero ilusionante visitar a nuestras hermanas. Nombres emblemáticos y reconocidos como Ibarbourou, Di Giorgio, Orozco, Varela, Mistral o Vitale… Otros menos conocidos pero imprescindibles para entender la poesía en sus países, y en el continente, como son Coral Bracho, Susana Thénon, Adela Zamudio, Carmen Berenguer o Rosario Castellanos.
Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina, Cuba, Perú, Nicaragua, México… Abriremos la ventana para que entre el aire del Sur, y volaremos hasta otras latitudes a impregnarnos de la poesía de estas mujeres. ¿Me acompañas? Sin ti, sin tu lectura y, sobre todo, sin tu escritura, esta aventura no tendría sentido. Porque del viaje que hagamos vendremos con la inspiración necesaria para que vuele tu poesía. Y en el taller, tus propios textos serán los protagonistas.
La propuesta de programación
La poesía en Bolivia. De la reivindicación de Adela Zamudio a los poemas al cuerpo de Matilde Casazola.
Uruguay, un país de mujeres. Marosa, Ibarbourou, Agustini, Vitale, Vilariño…
Las hermanas argentinas. De Alfonsina a Negroni, con parada en Pizarnik, Thénon, Orozco, Ocampo, y las poetas del futuro.
Perú se llama Blanca Varela.
Chile canta con Violeta Parra, Mistral y Carmen Berenguer.
Cuba: la isla infinita. En la azotea de Reina María Rodríguez se encuentran Loynaz y García Marruz.
Las hijas de Sor Juana. La poesía de Coral Bracho, Rosario Castellanos o Pita Amor.
Ser mujer en Nicaragua, o la poética de Gioconda Belli.
María García Zambrano
(Elda. Alicante, 1973), estudió Periodismo y tiene estudios de doctorado en Literatura en la Universidad de Sevilla; posee cursos de postgrado en Letras Modernas en la Universidad Paris-Diderot; Curso de Semiótica y lingüística en la Pontificia Universidad del Perú, en Lima; y Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Buenos Aires. Ha impartido talleres de creación literaria y de poesía escrita por mujeres en distintas instituciones. Forma parte de la Asociación de escritoras Genialogías.
Tiene cuatro libros publicados: El sentido de este viaje (Aguaclara, 2007); Menos miedo (Premio Carmen Conde de la Editorial Torremozas y semifinalista del Premio Ausiàs March al mejor poemario del 2012); La hija (El Sastre de Apollinaire, 2015); Diarios de la alegría (Sabina, 2019).
Sus versos aparecen en algunas antologías como Insumisas (Baile del sol, 2019); Qué será ser tú (Universidad de Sevilla, 2018); En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (Bartleby Editores), Voces del Extremo.Poesía y resistencia (Editorial Amargord, 2014); 28/28 La Europa de las escritoras (Gobierno de Cantabria). Y en las revistas, fanzines o páginas web: Revista de Occidente; Turia; Tendencias21; Nayagua; La Tribu; Nervo (revista de poesía portuguesa); La Gran Belleza; Tres en Suma; Caligrama… Sus versos están traducidos al rumano, portugués y francés.
Ha compartido escritura en talleres y seminarios con poetas como Ángel Leiva, Ivonne Bordelois, Reina María Rodríguez, Hugo Mugica o Enrique Gracia Trinidad. Ha colaborado en el programa de radio El Planeta de los libros, del Círculo de Bellas Artes de Madrid, con un espacio dedicado a la literatura de mujeres.
Un regalo esta reseña de Gloria Luis Peralvo en la revista Duoda- Estudios de la Diferencia sexual. Barcelona María García Zambrano, Diarios de la alegría,
Madrid: Sabina, 2019, 88 pp. Una poética meditativa para convocar a la alegría
En cada criatura cuando nace hay un empeño vital
instintivo en custodiar la alegría, porque ella nos trae
a la presencia, a la existencia. Cuando la desventura
toca a la criatura, esa disposición a la alegría le falta, se
siente abandonada y separada (de la madre, que es su
mundo). Pienso que es una vivencia de muchas mujeres (y
hombres) y creo que el sentir de esa experiencia atraviesa
la escritura de María García Zambrano*
de manera atinada
y tenaz. Sobre todo en este último libro; pero también
estaba presente ya en los dos anteriores (Menos miedo y La
hija).1 Cobijar la alegría y la esperanza en lo más cálido del
corazón como una poderosa llama de la supervivencia. Este
es el deseo de María, insistente, como una llamada, para
que el dolor no devaste su ser.
Los poemas quieren convocar la vida y la alegría en cada
verso. Son una plegaria libre, una letanía meditativa que
permite a la poeta rajar el lienzo de la desventura 2
para
que pueda llegarle la luz de la esperanza, El leve parpadeo
de la alegría.
3
Los poemas-diarios de María García Zambrano, algunos
breves como suspiros, se hacen palabras aladas para alejar
la desdicha. Su sintaxis desnuda, libre y muchas veces sin
conectivas, es medular, va a lo esencial sin aspavientos;
y de repente nos asombra con una metáfora inesperada,
onírica o delicadamente espiritual. Esa sorpresa te golpea
y percibes el sentido entero del poema.
Muchos poemas aparecen escuetos, como mensajes
secretos enviados al corazón, al suyo y al de la lectora, con
un fraseo corto, envueltos en una atmósfera misteriosa,
irreal y potente. Es algo que a la autora le da soltura
para decir el sentir de su vivencia, pero sin desvelarlo
completamente; lo hace yendo a la expresión exacta,
podando florituras.
Esta escritura busca enraizarse en la materia
ensimismada, se aferra a ella para contagiarse de su
fortaleza4. Son palabras que se visten de texturas de la
naturaleza, de la tierra y del aire. Piedra, árbol, pájaro,
nieve, río; símbolos que invocan la potencia, la gracia y
la permanencia de lo cíclico, que la guían en su búsqueda
incandescente para salvar la esperanza de las fauces de los
leones acuáticos. Hay una bella metáfora, entre muchas,
imagen potente que me ha tocado especialmente
Mariposas sobrehilando / los cuerpos / temerosos […].5
Otras veces, en estos versos dolientes se adivina la
experiencia de la desdicha, pero sin apego a ella, sin
identificarse con ella. Al revés, muestran cómo el amor
(sin condiciones) puede transformar esa vivencia en
conocimiento de sí, en acercamiento espiritual a lo otro,
en la búsqueda de lo que yo llamaría la pasividad activa,
rescatando el sufrimiento de las entrañas, con aceptación
libre, llevándolo hacia la luz (en realidad, como la luz son
sus versos, compuestos de partículas expandiéndose en
ondas circulares).
En el caso de María García Zambrano ese camino hacia
la luz le viene dado por el budismo (lo expresa al final
del libro en sus “Notas de agradecimiento” y “Citas
y gratitudes”) si bien yo veo sus huellas también en
nuestra propia cultura occidental, y concretamente en el
pensamiento de nuestra querida filósofa María Zambrano,
con ese apellido común que acerca casualmente a las dos
autoras (María Zambrano a su vez, bebió de la mística
cristiana medieval y de la tradición oriental de la mística sufí). Especialmente en Hacia un saber sobre el alma, Claros
del bosque y precisamente En algunos lugares de la poesía
(Trotta, 2007).
No querría acabar la reseña sin añadir que, aparte de esa
llamada a la alegría, en los poemas de este librito (editado
bellamente, con un cuidado exquisito por Sabina editorial)
está presente el agradecer, a la naturaleza y a la vida:
27 de febrero
Esta gratitud de intuirse a salvo
con alguna herida-sutura
y la luminosidad
del sol
entre los copos
de una nieve antigua.
Naturaleza que es maestra si la escuchas (Vagar por los
instantes / fronda infinita y salvífica / donde despierta la
alegría plateada / de los chopos). O este poema:
24 de enero
La sabia obediencia
de la naturaleza
enseña
su misterio
Observas.
En otros versos se muestran como aforismos: La
humildad del silencio todo lo cuida. El silencio, la gracia
que cura (eso que no tiene cura). O este otro: [La piedra]
La paciencia como presente y porvenir.
Y el Amor, siempre presente en sus poemas, como ella
dice: El amor sostiene nuestras vidas.
NOTAS:
1
Ver el poema Es hora de brindar, del libro Menos miedo: … Es hora de
brindar / Ya no es la oscuridad la que me grita. O La alegría de La Hija:
Bienvenida la textura del barro / en su materia esconde el prodigio del
mundo / el fulgor la alegría / (tuya es la tierra de los que ríen)…; también
este otro del mismo poemario: La tristeza:… Todas las madres reunidas
alrededor de un cuerpo / que redime / con su escasos centímetros / resolvemos: / hilvanar con un hilo esta tristeza / la desesperación de no ver
a LA HIJA / solo un cuerpo que se desborda / e inunda los ojos / la boca /
el corazón.
2
Ver los poemas de Menos miedo, donde se adivina una infancia
dura y difícil; también la entrevista h¿ps://www.mujerhoy.com/vivir/
protagonistas/201701/05/cada-agradezco-hija-haberme-20170105085810.
html en la revista Mujer hoy donde explicaba la experiencia de crianza de
su hija, nacida con una enfermedad rara, encefalopatía epiléptica, en su
forma más grave.
3 Escribes / pasajes de dolor queman la página / entreverados con el leve
parpadeo de la alegría […] p. 23.
4 II. Las manos ansían el tronco / se aferran a él … en un abrazo. / -
Contagiarse del ímpetu / acoger / la fortaleza, p. 32.
Nuestro cuarto número tardará en ver la luz, a causa principalmente de la crisis vírica del COVID-19. Esto, lejos de apartarnos de nuestra actividad, ha servido para hacernos reflexionar acerca de la importancia de las artes y de la grieta que se vislumbraba en el plano social.
Con esta crisis la ecuación verdad/credibilidad se pone en evidencia gracias a los medios y su desinformación o sobreinformación, y se toma en consideración el valor y la importancia del arte como refugio. Aparecía, de la mano, una sobrecarga de contenido por parte de los agentes culturales, muchos de ellos en apología individual, conjugados desde la incertidumbre y el aislamiento. Todo este afloramiento literario y artístico, buscando salvar la distancia, inundaba las redes y no faltaban aquellos que decidían mostrarse para promoción propia. Más allá de eso, creemos que el problema es global y a todos repercute y, seguramente, algún tipo de cambio en la mirada social y creativa devenga.
Nos sentimos en la obligación de no ceder ante el pesimismo que se pudiera generar. Quizá, como algunos estudiosos y filósofos se han aventurado a decir, una nueva solidaridad de las artes se erija. Cabe reavivar el diálogo y buscar dar el registro posible frente a un mundo que parece olvidar muy pronto lo que le acontece.
Desde La Caja Nocturna nos hemos propuesto lanzar una serie de preguntas a distintos creadores y colaboradores de la revista acerca de su opinión sobre el motivo vírico que nos afecta. Nos gustaría poder, a partir de ello, avivar un diálogo crítico desde la situación de encierro que nos convoca, buscando dar un registro y seguimiento oportuno.
Mediante correo electrónico planteábamos el siguiente texto a nuestra comunidad:
A pesar de que no ha pasado el tiempo debido como para poder hacer un análisis completo respecto a la situación actual, consideramos que estamos pasando un momento histórico que afecta a todo el planeta. Y como tal es necesario conversar. Si el siglo XXI es en parte heredero de una profunda crisis del sujeto y un desarrollo profundamente individualista en constante deriva y alejamiento del Otro, además de basarse en una educación ultraproductiva y competitiva de un sistema y un mercado (globalizado) que sostiene nuestras vidas ¿Cómo se entiende la crisis que actualmente nos azota? Las épocas de crisis suponen un interesante sustrato para lo intelectual y artístico, además de significar normalmente un juicio a los modelos y tradiciones imperantes. Estos últimos días hemos observado que los medios de comunicación han acudido a algunos expertos en materia filosófica, buscando asesoramiento, intentando, seguramente, apartar del flujo a los especuladores de información que únicamente ofrecen una opinión sesgada o incompleta bajo la cara del espectáculo. Como humanidad parece que hemos entrado en la telaraña del miedo y eso va suponer una ruptura en la mirada, cambio que desvela que el pulso del Mundo está alterado y esto, conforme pasan los días, va generando en la sociedad un fuerte sentimiento de indefensión ¿Cómo crees que este hecho va a incorporarse en la sensibilidad creadora, teniendo en cuenta que en el futuro nuestras relaciones sociales (políticas, económicas, artísticas) puedan verse modificadas por el fuerte cuestionamiento al actual sistema dominante?
Gracias a todas/os las/los que habéis participado. A continuación las respuestas que hemos ido recibiendo por parte de: Blanca Morel, Timo Berger, Javier Sáez, Francisco Layna, Ricardo Díez, Benito del Pliego, Enrique Cabezón, Miguel Ildefonso, Miguel Ángel Ortiz Albero, María García Zambrano, Roger Santivañez y Reinhard Huamán Mori con las que pretendemos empezar a configurar este mosaico crítico.
1.
En el debate ya nos hemos detenido en la etimología de la palabra crisis, una palabra que significa “cambio”. La crisis, entendida como transformación, forma parte de la historia, y ha sido la generadora de virajes, la mayoría de las veces, necesarios hacia modelos distintos.
Estamos de acuerdo en que hay que distinguir entre la crisis sanitaria que pone en jaque a la comunidad científica (una crisis que, no hay que obviar, se viene anunciando desde distintos foros y ha sido ignorada hasta el momento en que la cifra de fallecidos se ha vuelto alarmante y las respuestas “políticas” insuficientes). Y, por otro lado, la crisis política, económica y social en la que estamos inmersos pone de manifiesto la incapacidad, por parte de los gestores políticos y económicos, de responder a la pandemia. Una crisis que muestra, una vez más, que nuestras vidas se sustentan en un sistema profundamente enfermo, en el que la obtención de beneficios económicos está por encima de la protección de las necesidades básicas. La periodista y activista Naomi Klein, se expresaba así en un artículo reciente: “La normalidad es una inmensa crisis. Necesitamos catalizar una transformación masiva hacia una economía basada en la protección de la vida”.
Para entender lo que está sucediendo leo estos días a filósofos y pensadoras que, sobre todas las cosas, han reflexionado sobre la esencia de lo humano.
El filósofo japonés Daisaku Ikeda, que cada año desde hace varias décadas presenta una Propuesta de Paz ante Naciones Unidas, alertaba en su propuesta de 2019 sobre la gravedad de los cambios climáticos, e iniciaba su reflexión con una afirmación casi profética: “con la escalada continua de los desafíos globales, crisis antaño impensables se han hecho realidad por todo el mundo”. https://www.daisakuikeda.org/es/assets/files/2019-Propuesta-de-Paz.pdf
Para Ikeda, los problemas que sufre la sociedad están ocasionados por los seres humanos, y no habrá otra forma de resolverlos que empoderando a la gente común para que asuman su responsabilidad como agentes del cambio, a través de una revolución humana.
A la pregunta de cómo entender lo que nos sucede, más que dar respuestas me gustaría lanzar, y lanzarnos, algunas cuestiones. ¿Qué actores deberían ser los protagonistas de esa transformación necesaria? ¿La responsabilidad del cambio es únicamente de los gobiernos? ¿Es compatible la economía neoliberal con la protección de la vida? ¿Está dispuesto “el mercado” (o ese grupo de multimillonarios que expanden su poder a escala mundial) a sacrificar su crecimiento, a renunciar a su codicia, en aras del bienestar común? ¿Podrá un análisis que se limite a lo “macro” solucionar los problemas de la gente? ¿Estamos dispuestos a renunciar a algunas de las comodidades que nos da esa bestia a la que llamamos “capitalismo”, y que descansa dulcemente en nuestras tabletas de última generación?
Hay dos conceptos que me asaltan estos días, uno es el de la compasión (a tenor de cómo ha proliferado el término “solidaridad”), y otro concepto es de la “banalidad del mal”. La poeta y filósofa Chantal Maillard en un diálogo titulado Un no saber cargado de compasión, reflexionaba de este modo: “La existencia es sufrimiento, como enseñaba el buda, lo cual por otra parte es de una gran obviedad. A algunos nos es dado tomar conciencia de ello y com-padecernos. La com-pasión (cum-pathos) es distinta de la «solidaridad». Se trata de padecer con el otro, no de hacerse un bloque defensivo u ofensivo (sólido). Por supuesto que hay acciones políticas que puedan y deban realizarse a partir de allí. Yo me contentaría con que todos pudiésemos lograr un grado de compasión suficiente como para que estas acciones no fuesen necesarias.” https://www.nodo50.org/mlrs/weblog/images/el_no_saber_cargado_de_compasion-digital.pdf
Me pregunto cómo podría cambiar esa solidaridad que estamos viviendo estos días a un sentir compasivo que, más allá de congraciarse con el otro con quien compartimos un mismo enemigo, le tienda la mano en acciones reales, una vez pasada esta situación. E incluso, cómo va a evolucionar esa “solidaridad” una vez volvamos a la vida normal…
Y en cuanto al concepto de “la banalidad del mal” de Hannah Arendt, la filósofa alemana, a partir del juicio al nazi Adolf Eichmann, reflexiona sobre el hecho de que cualquier persona aparentemente normal, con una vida nada destacable, es capaz de cometer atrocidades. En estos momentos, en los que reina el miedo al contagio, la incertidumbre, la rabia y la angustia… miramos hacia afuera y buscamos culpables pensando que ninguno de nuestros actos tiene que ver con la crisis colectiva que vivimos. Nos vemos como pequeños eslabones sin capacidad de decisión y, por tanto, sin responsabilidad en la cadena en la que hay otros que deben rendir cuentas. Los problemas medioambientales, por ejemplo, la gestión de unos gobernantes que hemos elegido en las urnas, el mercado en el que nos abastecemos de lo innecesario… no tienen nada que ver con nosotros. Sin la conciencia de que somos parte activa en la resolución de la crisis, ¿cómo se va a producir un cambio?
Las revoluciones tecnológicas, políticas, económicas… ¿hacia dónde nos han llevado? ¿No será el momento de acometer una revolución que cambie la sociedad desde la raíz y que apele a la capacidad que tenemos los humanos para la compasión? ¿No deberíamos exigirle al estado que blinde las necesidad básicas de la ciudadanía, como la sanidad, la vivienda, la educación? ¿Por qué permitimos que el estado no controle a industrias como las farmacéuticas, que mercadean con algo tan preciado como la salud?
Estoy convencida de que la filosofía nos puede dar las claves de qué camino seguir, o, cuanto menos, dibujar un diagnóstico más claro. Estos días más que nunca es necesario leer a Hannah Arendt; a Simone Weil y su pensamiento dirigido a la acción como clave fundamental para comprender la realidad y provocar el cambio; a Daisaku Ikeda y su propuesta de “revolución humana”; a las filósofas del Ecofeminismo, como Alicia Puleo…, y a tantos pensadores que nos están advirtiendo, desde hace décadas (o siglos), de que la transformación es posible pero pasa necesariamente por un cambio de modelo que nos implica a todas y todos.
2.
Me pregunto, como se preguntaba el filósofo alemán Martin Heidegger, ¿para qué (sirven) los poetas en tiempos de penuria? Y me consuelo con María Zambrano y su razón poética. Sin embargo, me muestro escéptica y regreso a la idea del “mercado” que devora todas las cosas humanas. Una creación que se pliegue a las leyes mercantiles, que busque un reconocimiento mediático, que no dialogue con su genealogía artística, la supere, la cuestione…se convierte en arte para el consumo, sin trascendencia. Por ejemplo, la deriva de cierta poesía, que es el campo que conozco, hacia un “mensaje de masas”, panfletario a veces, falto de profundidad, producto de una inmediatez contraria al hecho artístico… me hace pensar que en estos tiempos de penuria la creación que pueda transformar al ser humano, por su apuesta comprometida con el lenguaje, no llegará a una ciudadanía malacostumbrada a la fast food e incapaz de ser atravesada por el poder del arte. Y esta imposibilidad a la hora de enfrentarse a textos más complejos está directamente relacionada con una educación mercantilizada que ha primado la tecnología a las humanidades.
Aun así, confío en que este tiempo sea de siembra para discursos verdaderamente transformadores que disfrutaremos a medio y largo plazo, y que pondrán el acento, como ha hecho el arte ante otras situaciones de crisis, en la grandeza y la miseria del ser humano. Un arte que nos mueva a la reflexión, a la catarsis, a la belleza y su poder de subversión.
María García Zambrano (Elda, Alicante, 1973) es profesora de literatura en secundaria y docente en la Fundación de poesía José Hierro, de Getafe (Madrid). Ha publicado los libros: El sentido de este viaje (2007); Menos miedo (premio Internacional Carmen Conde y premio Ausiàs March al mejor poemario del 2012); La hija (2015); Diarios de la alegría (2019). Especialista en poesía escrita por mujeres, pertenece a la Asociación Genialogías.
Estas palabras de presentación de los Diarios de la alegría[1] no pueden partir del acto de la escritura, aunque indefectiblemente pasen por ella. El lugar en que nos sitúa y en que propongo humildemente abordarlos está tan honesta y extraordinariamente alineado con el más profundo sentido de la vida que comenzar hablando del cómo, aunque sea su qué, sería parecido a estar ante un chopo y hacerle una fotografía. No. Debo empezar por un espacio de vida aún anterior o acaso hermanísimo de la alegría que fundamenta este libro. Y para eso voy a citar unos versos que me sacudieron profundamente en los días en que estaba sumergida en el texto (cada vez creo más en las causalidades...). Pertenecen al poema "Remanencia", de René Char:
¿Qué te hace sufrir?
Lo irreal intacto en lo real devastado.
Lo repito porque es un dardo denso y un pellizco de verdad que cuesta acoger:
¿Qué te hace sufrir?
Lo irreal intacto en lo real devastado.
Quienes hemos tenido el privilegio de seguir la labor poética de María García Zambrano sabemos que el temblor del cielo que acogía y narraba generosamente La hija y que la amalgama de amor y de ira que contiene el libro que escribió después, aún inédito eran, a la luz del acarreo que es vivir, y del que da cuenta la escritura, necesarios para que exista hoy este libro luminoso, de la misma forma que el desajuste que produce no alcanzar la perfección (estéril) de nuestros deseos primigenios, o de su forma artificiosa, genera una intacta irrealidad en nuestro interior que contrastará produciendo un sordo desgarro, probablemente para siempre, con la realidad de la vida, antes o después para todos devastadora. Un acúfeno, un sonido íntimo ineludible, ojo sin párpado. Quiero decir que para hablar con propiedad de la alegría hay que saber, desde el todo que somos, lo que es el sufrimiento. Y que forma parte de la condición humana.
Así, y entonces, es posible dar, nada más abrir este libro, una excelente noticia:
Hay un lugar de hondura anterior incluso al Amor más puro. Hay un subsuelo límite hacia nuestro centro, hay un Centro que no es solo el volcado celebratorio y lacerante del acto de amar. Cito la primera parte del primer poema de los Diarios de la alegría (perteneciente a Preludio de la alegría):
Desde la médula
Escucha al árbol
su no fragilidad
desciende
a la raíz
imperturbable.
―Creías conocer
la transparencia del amor
el centro oscuro de la luna
sabiduría vana frente al hueco
donde albergar
la gratitud
un día de verano―
LA GRATITUD
El lugar medular de la vida, de este libro, es la gratitud pero la actitud que la posibilita es la escucha: "Escucha al árbol / su no fragilidad".
La naturaleza, la verdad del mundo antes de nuestra intervención, es una obviedad de armonía que se nos brinda. Si sabemos que la condición de la vida es porcelánica, que lo raro es esa no fragilidad, entonces puede abrirse el inmenso espacio perceptivo del mundo como un milagro en su en sí lleno de fugacidad y de misterio. A la vez palmariamente cierto, y fuerte. Por su firmeza, casi atemporal:
No juzgues el limo / escucha la paciencia de las piedras.
Sí. Casi desde su obertura, algo importante sucede y exigen Los diarios de la alegría para ser transitados y tiene que ver con la atemperada atención que muestra la voz poética. En la espera conectamos con la inquietud fundamental y con una fundamental amplitud. Sin esa espera no se darían ni la epifanía de quien mira, ni la textura material y tan sustanciada de los versos ni, por supuesto, la experiencia de la lectura. Me sirven para este pensar compartido unas palabras de Chantal Maillard de su ensayo La baba del caracol (epígrafe "Aquietarse, Escuchar. Respirar"): [2]
Un universo en el que nada se detiene, en el que todo con todos estamos en proceso, un mismo proceso com-partido. Cada cual, una trayectoria vibrátil que converge, se superpone, confluye, desaparece. Yo sucedo al mismo tiempo que esta mesa, que usted... Confluencias. ¿Tiempo? Otro tiempo. El de los relojes, no; nada que solidifique las fuerzas. Un tiempo que permita acontecer entre todos y, a la vez, dar cuenta de ello. Entrenarse en ello, en esa temporalidad del suceder, tal vez sea cuestión de escucha, no de discurso.
Por lo tanto, primero es la escucha; de seguido la noción de la delicada imperturbabilidad de la vida: “Estas son tus pertenencias / musgo / pies / tronco / nervaduras / firmeza del árbol frente a lo efímero”. Pero esa firmeza que permanece solo se explica porque se es capaz de percibir el cuidado, otro de los ejes de estos diarios: el mimo de las formas de la vida y cómo este se produce en un metamórfico entretejerse que es la naturaleza principal del amor; la interrelación de cada uno de sus componentes: son esas nervaduras del árbol, son también “mariposas sobrehilando / los cuerpos”, es el “chopo / que arrulla a la nube / con su tronco perfecto”. “El amor sostiene nuestras vidas”, se nos dirá muy avanzado el libro. Pero se nos hace saber desde este preludio que solo nuestra transitividad nos otorga la cualidad de seres vivos.
A todo esto, la escritura. Que quien habla en estos versos tenga una relación doméstica, (tan envidiable) con la gracia plena del mundo no le libra de la necesidad de ser y hacerse en términos de lenguaje. “La primavera no se piensa, pero yo no soy la primavera”, escribió Juan Gelman. En el poema “No hallaría palabra tan pura” la poeta no encuentra imperfección ni banalidad alguna en el paisaje pero se pregunta “quién podrá nombrar / esta belleza”. Aun cuando fuera posible atrapar en un verso la historia de la libélula azul que vuela paralela al río, “no hallaría palabra / tan pura / para acoger / el dulce / temblor / del agua”. No se puede nombrar la sagrada, complejísima y apabullante relación de los seres entre sí, que es la raíz de la Vida toda, pero decir esa misma precariedad del lenguaje, que define nuestra naturaleza humana e intentar, contradictoria y tiernamente habilitarlo, deviene en el motor radical de la poesía y es, ante todo, una alta muestra de compasión. Un nido.
En los poemas que anteceden y siguen a este que cito, se configura esa relación de necesidad, intuitiva, e indeseada también, con el lenguaje. La fisicidad de las palabras, su “húmeda consistencia” acoge el dolor, sí, nos sumergen en el sueño verbal, pero desplazan “lo que importa”: “el leve parpadeo de la alegría”; y la poeta, entonces, se lamenta: “no soportas / el alfabeto que entorpece / esta contemplación”. Finalmente no hay batalla, nunca la hubo, el musgo como símbolo de la silente y todopoderosa supervivencia nos lo recuerda, “sagrados nuestros nombres / dichos / así / con la gratitud / del musgo / aferrado / a la sólida / roca”; y el árbol muestra el único camino posible, el de la asunción: “Aceptas su belleza / sin más expectativa / y vives”.
Algo se ha liberado cuando estamos completamente aquí sin ansiedad ante nuestra imperfección. En los diarios que siguen ―que abarcan las cuatro estaciones, desde el verano a la primavera siguiente, entre dos años consecutivos―, este aware, este asombro puro ante la naturaleza de la vida, se vuelve sobre la propia conciencia y acoge a la poeta y a sus seres amados como tierna parte de ella, en una suerte de extenso haiku heterodoxo en el que pareciera que la compasión pudiera suspender el juicio, momentáneamente, y hacer sitio a la falibilidad humana, y a su irrenunciable yo. No se trata de una construcción identitaria. Nada más, nada menos que un ser vivo, recipiente y productor de impresiones; por debajo, y desde su trabajo espiritual, acaso un alma; algo que vibra, busca, vincula. Se compromete. No es casual que comiencen estas entradas de diario alquimizadas de entrega a la vida con una subversión, aquí ya benéfica, del poder de la escritura, que ahora permite a la poeta contemplar la plenitud brevísima de la libélula y regresar a “la casa con su vuelo / prendido / en la escritura”; o equilibrar el amor de la madre (entendemos que su entregada voracidad ahora nos es propia) percibiendo que “ya no existen ataduras / en la lengua materna”; o, al escuchar el balbuceo de la hija saber que “ese lenguaje ya estaba en ti” e invitarse, invitarnos a “amar su sentido”. Redención del lenguaje que es redención de personas, entre personas.
Y los poemas se van brotando de infinitivos como decálogo viviente de la realidad de la propia existencia y del deseado proceder moral, en una propuesta ética que considera el corazón como principal órgano pensante del que disponemos, y el único certero: “Desear la alegría”, “Cultivar la ternura / la compasión / deliciosamente”, “Despertar a las bestias con bocanadas / de belleza”, “Sentirse criatura alada”, “Acoger el roce cálido del sol” y “Albergar un porvenir luminoso”.
La alegría es una cotidiana, disciplinada y placentera suma de infinitivos. Por ahí entra la esperanza, que siempre estuvo; por ahí se pre conjuga el futuro y la “gratitud de intuirse a salvo / con alguna herida-sutura”. Por ahí y por todas partes la hija, la mirla espolvorea la realidad con sus “amaneceres de sonrisa blanca” y su saber absoluto del “arte de vivir”.
La última palabra de los Diarios de la alegría es "Felicidad".Si pelamos el celofáncomercializado de su uso, esel sustantivo menos ingenuo, más devastado y más valiente de los pronunciables, el que lleva la marca del roce, la herida, el daño y la gloria del vivir. Inger Christensen escribió “Felicidad es el cambio que me ocurre cuando describo el mundo. Le ocurre al mundo”. La mujer, la madre, la poeta ha hablado. Sabe hacer muchas más cosas, pero no puede renunciar a su asombrado Decir, y es su palabra, materia de vida, el rastro y la ofrenda generosa de una entrega total y de una total modificación, que ahora nos mira.
Julieta Valero
[1] Texto leído a modo de presentación de los Diarios de la alegría, de María García Zambrano, en la librería La Central. Madrid, 17 de junio de 2019.
[2] Chantal Maillard, La baba del caracol, Madrid, Vaso Roto, 2014, p. xxx.
Lunes 17 de junio de 2019, 19:30hLa Central de Callao
Acompañarán a la autora Julieta Valero, poeta y Yoshiko Sosa, miembro de Soka Gakkai
En la poesía de María García Zambrano hay una correspondencia entre las palabras y el sentir que en muchos versos alcanza a ser exacta, luminosa. Esto ocurre cada vez que el cuerpo entero de quien lee se estremece, se conmueve porque siente que esas palabras han tocado la médula del ser y se han convertido en mediación entre la vastedad del mundo y su diminuta fragilidad: “Un instante de luz / la Mirla ríe / ese don en sus alas”. ¿Se puede hablar de alegría sin obviar el dolor, el peso del vivir? María García Zambrano lo hace en este libro, en el que ofrece tres pasos de danza que invitan a seguirla en su movimiento: Preludio, los Diarios, donde muestra un camino para abandonar el discurso puramente racional: “La alegría son estas misteriosas alas / y la paciencia con que sonríes / a las desconocidas”. Y la Coda, un poema a dos voces entrelazado con las enseñanzas de su maestro, el filósofo budista y poeta japonés Daisaku Ikeda, dedicado a quienes comprenden que vivir es abismarse con humildad en el ser. El secreto de la ligereza: “Vuela Mirla hacia lo alto”.
María García Zambrano (Elda, España, 1973). Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla, con estudios de doctorado en Letras Modernas en la Universidad Paris-Diderot. Actualmente es profesora de literatura en un instituto madrileño, e imparte el taller de poesía Nombrar el secreto, en la Fundación Centro de Poesía José Hierro. Forma parte de la Asociación de mujeres poetas GENIALOGÍAS. Tiene tres libros de poesía publicados: El sentido de este viaje (Aguaclara, 2007); Menos miedo, Premio Carmen Conde de poesía, (Torremozas, 2012), finalista al premio Ausiàs March al mejor poemario del 2012, y La hija (El sastre de Apollinaire, 2015). Sus versos aparecen en revistas como Turia, Nayagua o El Cultural. Ha sido traducida al portugués y al rumano.
Poesía y enfermedad:
el lenguaje poético ante lo real
“Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
las palabras que usamos para designar estas cosas están viciadas
no hay nombres en la zona muda.”
Enrique Lihn, Diario de muerte
Escribo este texto en la habitación de un hospital. En esta zona muda quiero encontrar las palabras precisas, no viciadas, que pongan lindes al terreno donde germina mi poesía. Advierto que teorizar sobre la propia creación me sitúa en un lugar incómodo porque de un tiempo a esta parte no puedo dar nada por sentado, intuyo una poética en construcción, en un estado permanente de aprendizaje, como el vivir. Desde el nacimiento y enfermedad de mi hija, el eje sobre el que se podría anclar mi poesía no cesa de moverse, incluso de fragmentarse. Enrique Lihn escribe su Diario de muerte enfermo de cáncer.
“Escribir el dolor/ para proyectarlo/ para actuar sobre él con la palabra” escribe Chantall Maillard
. Elijo este punto de partida. Conozco el territorio del dolor, una pulsión inevitable me lleva a hablar de él (o desde él). Entonces las palabras de Ajmátova en su Réquiem se convierten en un mandato, y un desafío. “¿Y usted puede describir esto? Y yo dije- Puedo”.
“El soplo quiere una forma” grita Hélène Cixous en La llegada a la escritura. El dolor quiere una forma, parafraseo. Una forma nueva y desconocida para transitar una zona terrible y desconocida, donde habita lo real, y de la que no se puede hablar.
Existe un punto de inflexión natural en mi creación que separa los libros que anteceden al hecho nombrado. Menos miedo se publica antes y su escritura supone para mí una vía de conocimiento, un indagar en la memoria (situarse en ese refugio familiar para rescatar los afectos), enfrentarse con el miedo a través de la escritura para neutralizarlo, cantar el amor y las posibilidades de la palabra para alumbrar ciertas sombras. Su escritura me llevó al menos seis años y hubo un trabajo sobre el andamiaje de los textos, el ritmo, las imágenes y metáforas... Una escritura que, al paso de los años, la veo como una apuesta estética, con un cariz ontológico y metafísico sí, pero un juego del que podía salir indemne, porque tenía la libertad para abandonar. Escribía desde un “cuarto propio” más o menos apuntalado. En algunos textos de este libro di rienda suelta a cierta imaginería simbolista y surrealista para hablar de la angustia, incluso de la depresión, pero desde la distancia de quien ya se sabe a salvo, tan solo arriesgaba mi capacidad como poeta, y eso, ahora lo sé, no es tan trascendental. Pero llegó el dolor y la muerte/posible, y tuve que nombrar lo real. De las estanterías de ese cuarto se cayeron apuntes de los románticos, y Goethe, y Derrida, y la vanguardia, y la posmodernidad, y el discurso roto, y la fragmentación del sujeto lírico, y la anulación de la sintaxis etc, etc. “La estética si no está al servicio de algo más importante es inútil”, afirma Maillard en una entrevista. Me quedé desnuda en un cuarto vacío. El olor de un hospital, la aguja que penetra, el flujo de oxígeno que se oye en la noche, la herida real en la carne real de tu propia hija, ¿cómo se nombran? No podía jugar con el lenguaje, o no sólo. La enfermedad no me pertenece, no quiero apropiarme de ella, pero hayalgo quizá más consustancial que el propio mal. El dolor de un hijo te sitúa en un precipicio en el que la angustia no te deja pensar/construir un discurso propio coherente, todo estalla, hay que levantar de nuevo esa torre de sentido construida durante años. Debo resignificar las palabras. La escritura, como la vida, se sitúa ahora en el límite.
El signo es arbitrario, pero el dolor no, escribía Alberto Chessa tras la lectura de mi libro La hija
. Era necesario limpiar las ruinas teóricas y acercarme a quienes me precedían en esta tarea tan real que enfrenta vida y muerte. Anna Ajmátova, Chantall Maillard, Mary Jo Bang, Paul Celan, Juana Castro, Silvia Plath, Roberto Bolaño, Enrique Lihn, Francisco Umbral... Literatura/vida es el binomio recurrente al abordar la creación de muchos escritores, ¿cómo afrontarlo ahora desde esta trinchera? Quería escapar de una autorreferencialidad narcisista, hablar de lo universal desde mi condición de sujeto lírico distinto a mi yo herido, que mi voz fuera “transparente” para sumar las voces de una experiencia que trascienda el “yo”, una experiencia que, sabemos bien, no se puede nombrar, y sin embargo, tanto el libro La hija como el inédito El amor y la ira comienzan con el verbo ser en primera persona, qué sospechoso. Tal vez porque la enfermedad dinamita tu propio ser, y una ya no sabe cuánto podrá soportar, aflora la necesidad de que el poema sea ese “lugar donde todo sucede” del que hablaba Pizarnik, ese espacio donde se pueda sersin la atadura del sentido, de lo contingente, donde se pueda amar sin condiciones, donde se pueda soñar una curación, el único lugar de paradoja donde la aguja deje de ser aguja. Estamos de acuerdo en que la literatura es ficción y el poema un artificio, sin embargo, ¿por qué en este caso la escritura se convierte en urgencia, nombrar en un asunto vital, y el decir poético, ahora sí, te compromete porque te juegas la vida, o cuanto menos la cura que ofrece la poesía?
En La hija se plantea una tensión entre cierta “historia” que quiero narrar y cómo forzar la palabra poética hasta un espacio de significación nuevo para que de fe de ese acontecimiento. Los poemas se van articulando como piezas de un puzzle que pretendo sea un todo con una organización interna determinada, en este caso, un discurso del proceso de gestación, nacimiento, enfermedad de mi hija, y de la superación del dolor a través del amor. La obra deja entrever un plan previo que en cierto modo me sorprende (mi poesía anteriormente no había sido narrativa), y se pone en marcha una lírica que pretende defender una épica del dolor con su heroína, su tiempo y su lugar, sus personajes secundarios y sus distintas tramas. En este articular el discurso poético concibo la escritura como tránsito hacia la compasión, y deseo que se produzca una reverberación gracias a la complicidad de quien la reciba. Que el verso lanzado al estanque pueda hacer ondas ad infinitum. Pero sé de mis limitaciones para escribir el poema que quiero escribir. Al mismo tiempo, recupero la palabra como signo, y por tanto elemento de comunicación. Trabajo sobre palabras precisas y consciente me aproximo a cada texto con dos objetivos claros: el ritmo (que considero esencial a la poesía), y las capas de significación. Quiero hablar de lo que no se puede decir de la forma más diáfana posible, he ahí el desafío. En este sentido me erijo conscientemente en la voz que describa lo que otras muchas madres viven en las zonas más oscuras de este hospital. No obstante a la pregunta que aquellas mujeres, a las puertas de la cárcel, le hacen a Ajmátova aparece la duda, ¿puedo?
Durante la escritura de La hija surgen otros textos, un cuaderno paralelo en el que percibo que mi voz es distinta. En La hija hay todavía cierta confianza en la palabra que pueda disolver la enfermedad. En el inédito El amor y la ira la tensión se resuelve con la manifestación de una palabra tullida, una palabra inane, una palabra llena de agujeros de bala. A la enfermedad como hecho vital la rodea un contexto que agudiza sus consecuencias: el rechazo de los otros, la lástima, la soledad, la falta de compasión, el estigma de la discapacidad... Cuando ya habíamos aceptado la lucha vida/muerte llega una lucha más sutil pero más mortífera. Ante lo real la palabra se había erigido casi victoriosa con su poder evocador y su capacidad para iluminar esa zona muda, y esa palabra se asentaba sobre algunos presupuestos budistas que funcionan como un sustrato que alimenta cada uno de mis actos poéticos. Concebir el poema como acción que a través de las palabras pueda transformar el veneno en medicina. O que la voz haga la tarea del Buda, es decir que se produzca la alquimia y el resultado sea dotar de una luz nueva a los viejos términos para llegar a una comprensión más profunda. Como afirma Zambrano de los poetas, reflexionando sobre filosofía y poesía: “quien habla, aunque sea de la más abigarrada multiplicidad, ya ha alcanzado alguna suerte de unidad”.
Sin embargo, mantener esa unidad es una tarea muy difícil. En El amor y la ira se presiente cierta incapacidad para apresar las distintas voces que se multiplican, pero sobre todo acallar la que conoce bien la fragilidad del verbo, porque sabemos las trampas del lenguaje, y las palabras se yerguen como torres de plumas, escribo en un poema, o he perdido la capacidad para hablarle a la muerte.
El primer texto que surge de El amor y la ira está en prosa y en él establezco una polifonía que enfrenta ese yo múltiple con los otros, un juego de tipografías y cierta teatralidad rompen los esquemas de los textos anteriores, y por otro lado se continúa ese camino abierto en La hija que pretendía partir de la compasión (ahora se trata de la falta de ella) e interpelar a los otros en el poema, hacerles partícipes de ese dolor. Este texto lo escribo tras la primera visita a un centro de discapacitados, aunque las referencias se diluyen, ya no me interesa la realidad con sus datos sino expresar la conmoción que produce en mí esa experiencia. A partir de este texto, que se sitúa al final del libro, concibo un libro con más libertad que pueda ser un amalgama de formas y ecos, y que en los poemas se dé esa confluencia de voces en diálogo con un tú que forme parte del organismo textual (querría ser tu hermana/ y que fuésemos juntos a curarnos la fiebre). Asimismo, regreso a la imaginería surrealista, con la que me siento muy libre, imágenes que aunque sigan conviviendo con lo real de la enfermedad y su contexto, pretenden abrir una puerta a la ensoñación como vía de escape, y por qué no de terapéutica expiación. Un bestiario de animales, seres mitológicos, insectos, y pájaros pueblan los versos (una fauna que aparecía ya en La hija en este libro campa a sus anchas) queriendo que el conjunto se convierta en un ecosistema en el que pueda cohabitar la belleza de seres delicados con otros monstruosos, espacios luminosos frente a zonas más sombrías. La hija se transforma entonces en una mirla, un pájaro acuático, un pez veloz que se sumerge y emerge sin las ataduras de lo referencial, frente a los otros que son hermanas elefante con su colmillo sordo, cíclopes matando a manotazos al héroe, o muñecos de peluche con ojos vacíos a lo pizarnik.
Aunque el verbo esté debilitado, aunque haya perdido su orgánica firmeza y sólo sea un signo marcando el límite, no cejo en la tarea de expresar el amor, fuerza sanadora que intento insuflar, y fundar, en el poema. Aun siendo más consciente que nunca de que en esta lucha contra la enfermedad la palabra se ha resentido, intento una y otra vez regresar al poder detonador del lenguaje poético, con su resonancia, a la palabra evocadora y en apertura constante, para escapar de lo real.
Escribir/porque crujen las rodillas/y hay como un sueño/esperando a ser soñado
/justo detrás del dolor
Escribir para que suceda como en los musicales de Hollywood en los que la narración se interrumpe para dar paso a unos instantes de goce y extrañeza, sin tiempo, sin espacio y sin contingencia. Escribir para que cese el pitido de una máquina y una melodía nueva, pero a la vez reconfortante, silencie la amenaza de la muerte.